Recuerdo de mi niñez que no sólo mi madre sino que también muchas vecinas de mil calle, acudían en verano a eso de las doce del medio día al horno de pan del barrio a llevar una fuente de verdura, generalmente compuesta por pimientos verdes y rojos, así como por cebollas, berenjenas y tomates; donde a cambio de una módica cantidad le asaban 'la llanda de verdures' que recogerían a la atardecer.
Una vez en casa, se pelaban, cortaban y aliñaban con aceite de oliva, ajo finamente cortado, en otras ocasiones picado y una pizca de pimienta, santificándolo con unas migas de bacalao seco y asado, o con el conocido 'capellán' o abadejo, también asado y limpios ambos de espinas, y que no podrían por menos que librarse del acoso de unas manos que con el pan como cómplice trataban de arrancarle los mil y un placeres que nos ofrece un plato sencillo, al que no se le daba, el merecido reposo previo, en multitud de ocasiones.